sábado, 1 de diciembre de 2012

Rebelde sin pausa


Israel Galván de los Reyes (Sevilla, 1973), hijo de los bailaores José Galván y Eugenia de los Reyes, fue un niño que prodigioso bailaba, sí o sí. Desde pequeño hubo de vérselas con la farándula, bien en el escenario bien esperando a que sus padres terminaran la danza de cada noche para volverse acompañado. Como diría Gomaespuma, la verdad es que al chaval no le daban ganas de tener ganas, estaba por otras ilusiones. Pero ya metido en cimbreos flamencos no hay forma de escapar al veneno inoculado. De aquello nos hablaría en su primer vuelo libre, Los zapatos rojos o el bailar sin querer queriendo. Pero regresemos a la ortodoxia de su instrucción antes de desvelar el proceso, nada kafkiano.
El niño se hizo adolescente, entró a formar parte de la escudería Mario Maya, padre del baile masculino actual, siendo primer bailarín en la ceremonia de inauguración del Mundial de Esquí de Sierra Nevada de 1996, cuando, por cierto, se descubrió el esplendor de Estrella Morente. Siguiendo los usos, Galván comparece en los principales certámenes, y obtendrá primeros premios en el Nacional de Córdoba de 1995 y 1996, en La Unión y el Concurso de Jóvenes Intérpretes de la Bienal de Sevilla. Bailó aquí con tal competencia, que no encontró ídem. Se fue más atrás en el tiempo y clavó, por ejemplo, los pasos de Antonio el Bailarín, un referente de Maya. Y aquí comienza a gestarse el nuevo artista, el Israel Galván de todos conocido que revolucionó nuestra escena acudiendo al pasado color sepia. Israel ganó el premio en Sevilla y delegó para la recogida. En ese instante se encontraba indispuesto… Cualquiera en su caso se perdería por una ovación. Galván es de otra pasta.
Revolucionó nuestra escena acudiendo al pasado color sepia.
Estas dos premisas nos anticipan lo que, amén de trabajador inagotable, va a ser Israel: el más moderno siendo en verdad el más antiguo, y el artista imprevisible. Aún no había descubierto las cartas. Su baile, de primera, se mantenía conforme a los cánones. Aquella Bienal de 1996, participó enPor aquí te quiero ver, del inefable bailaor y flamenco poliédrico Manuel Soler, cuya asistencia sería crucial en la vuelta de tuerca que preparaba.

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