sábado, 20 de octubre de 2012

Bailarín español Joaquín Cortés sueña fusión de flamenco y música mexicana


 El bailarín español Joaquín Cortés sueña con fusionar la música tradicional mexicana con el flamenco antes de su retiro de los escenarios, momento que, según dijo este jueves en Ciudad de México, puede no estar muy lejano.
A sus 43 años de edad, el bailador expresó que como artista y como persona quiere mucho a México. "Por el cariño de la gente, por su entrega, para mí sería un homenaje a este país crear algo en mi arte que uniera a las dos culturas", confesó Cortés en rueda de prensa.
Recién llegado a la capital mexicana tras ofrecer una presentación en la ciudad de Monterrey (norte), Cortés comentó que conoció México muy joven y ha regresado en innumerables ocasiones para entregarse a su público.
"Cuando yo bailo, me desnudo en cuerpo y alma para ustedes, sale mi parte animal, mi genética", expresó el artista ante los medios.
Acerca de su retiro, dijo que no tiene una edad marcada para ello, si bien reconoció que ya no es tan joven para continuar con el nivel que ha llevado hasta ahora en el baile flamenco.

La música clásica inunda la prisión de la mano de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León


Nueve miembros de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (Oscyl) llevaron este jueves al mediodía un estilo de música poco habitual, como es el clásico, a la prisión provincial. El primer concierto de esta agrupación en tan singular escenario sirvió, de paso, para que los reclusos que abarrotaron el salón de actos «rompieran con la monotonía del día a día» y recibieran, además, algunas nociones históricas sobre el origen y el funcionamiento de los instrumentos de viento que emplearon los músicos.
«El programa social de la orquesta nació hace dos años y, aunque esta es la primera vez que actuamos en un centro penitenciarios, hemos realizado ya conciertos en centro como el Zambrana y actividades con asociaciones de discapacitados como Aspace o Aspaym», explicó el tubista de la agrupación, José Manuel Redondo, antes de concretar que «la idea es llevar la música a quienes no pueden disfrutar de ella o venir a nuestras actuaciones».
El salón de actos de la prisión había sido hasta ahora el escenario habitual de otro tipo de conciertos –siempre de carácter gratuito por parte de los músicos– orientados al flamenco o el rock –allí actuaron en su día los Celtas Cortos–. Este jueves, sin embargo, fueron los acordes de la música clásica los que inundaron los pasillos del centro penitenciario. «Hemos realizado un recorrido desde el renacimiento hasta el siglo XX con algunas piezas clásicas y otras de jazz de distintos autores», resumió el músico de la Oscyl, que calificó de «excitante» el resto de tocar ante un público más que diferente del que están habituados.
Los conciertos o el teatro forman parte más o menos habitual de las actividades lúdicas de la prisión.

La música clásica escapa de su corsé


La escena es más propia de una instalación de arte contemporáneo que de un concierto clásico. Estamos en la pista del aeropuerto ginebrino de Cointrin, ante la Orquesta de Cámara de Ginebra dirigida por David Greilsammer. Mientras suena la música, aterrizan y despegan aviones. No resulta este el lugar más, digamos, familiar al aficionado medio a la música clásica. Tampoco lo parece la modernidad urbanita de Bleecker Street, en el corazón de Manhattan. Allí, una larga cola de jóvenes esperaba ante la puerta de la sala Le Poisson Rouge. No aguardaban para ver al dj de moda, sino para escuchar un concierto del minimalista Terry Riley.
De vuelta en Europa, en Berlín, la celebrada pianista francesa Hélène Grimaud se presenta a medianoche en un club nocturno de Mitte dentro de los conciertos del Yellow Lounge, iniciativa de su discográfica Deutsche Grammophon, el legendario sello amarillo. Alrededor del piano de Grimaud se sientan en el suelo jóvenes que beben mientras oyen obras de Schubert o Ligeti.