Barcelona, Madrid, Granada, Jerez, Sevilla, Puebla de Cazalla, Lebrija, Utrera, Morón, Málaga, La Unión… Lugares del flamenco, donde el arte flamenco contemporáneo respira y trabaja. Jorge Ribalta los ha visitado, pero se diría que no ha querido vivirlos: los fotografía y enseña desnudos, como si fueran un desierto, no-lugares: sitios sin alma ni gente, sin subrayados raciales o étnicos, planos gélidos, en una especie de trabajo “a la checa”, que da la vuelta “desde el materialismo histórico”, dice el fotógrafo, “a la vieja imagen iconográfica romántica y primitivista del flamenco que fotografió Colita en los sesenta y setenta”.
Las 200 imágenes forman una nueva topografía del flamenco. Sin ambiente, palmas, gestos, poses, fuego, y apenas con algunos artistas profesionales, Ribalta retrata el no-rito de la precaria industria flamenca: festivales antes de empezar, bares vacíos, tablaos cerrados, guitarrerías desde fuera, la librería del Prado en Madrid; algunos locales de ensayo con y sin aprendices; calles y plazas donde todo sucede a otra hora; peñas y sótanos periféricos, el cementerio de San Fernando donde está enterrado Camarón; además de bodegas, radios, teatros, iglesias, la pescadería jerezana de Los Zambos o el estudio de Israel Galván en Sevilla, donde el bailaor parece un atleta o quizá un muñeco parte del decorado.
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